EL CUERPO COMO TERRITORIO

 Siempre hemos pensado que el cuerpo es tan solo una cascara que aloja nuestra alma, nuestro ser. Sin embargo, nunca hemos considerado que posiblemente este tenga la capacidad de moldear nuestra alma, como pensamos y como nos relacionamos con los demás. Básicamente, hacernos quienes somos. Pero ¿es posible que factores de nuestro día a día, puedan influir cambios en nuestro cuerpo?

Nuestro cuerpo es el puente de interacción entre nuestro ser y el mundo, por ende, está expuesto a factores que le confieren esa propiedad de ser cambiante. Por ejemplo, hablando sobre una dimensión biológica hay ciertos aspectos, más allá de los cambios internos que atraviesa el cuerpo durante procesos fisiológicos, que llegan a ser muy influyentes; factores como la edad, la disponibilidad de alimento y la relación con el ambiente. Es decir, según el medio en el que me encuentre, y las condiciones que me proporcione, voy a tener características físicas y emocionales distintas a las de otra persona en condiciones totalmente distintas, como por ejemplo el peso, la talla, predisposición a enfermedades y la forma de comportamiento.

 

Esto es diferente cuando se habla de una dimensión cultural, donde el cuerpo deja de ser algo netamente biológico y carnal; aquí, se le confiere un valor y un significado. En este caso, los factores determinantes pasan a ser nuestro, género, edad e incluso, el rol que desempeñamos en la sociedad. La cultura define qué cuerpo es bello, qué cuerpo es normal, cómo debería cuidarme y cómo debo alimentarme, para posteriormente establecer patrones de conducta "correctos". Con esto en 

mente, los cambios que debo atravesar van orientados hacia los estándares de mi cultura y no necesariamente hacia lo natural, lo biológico o lo que necesito. Una muestra de esto son los pies de loto en la dinastía Chang; una práctica que busca mantener el ideal de pies pequeños en China, obligando a las niñas a vendarse los pies, de tal forma que se limitara su crecimiento, lo que a su vez, trae consigo dolor y patologías asociadas. Esto es un ejemplo de una conducta que va en contra de las leyes biológicas, pero que va a fin con la cultura.  

 

Ahora bien, según la dimensión económica, mi cuerpo va a depender de lo que tengo y de las expectativas que se generan según lo que yo tenga. Es decir, una persona con gran poder adquisitivo va a tener fácil acceso a alimentos, a vivienda y a otras facilidades que le permitan garantizar la menor exposición a algún riesgo. Además, culturalmente van a existir ciertas expectativas en cuanto al físico de la persona. Por otro lado, alguien con poco poder adquisitivo va a tener poco acceso a comida, probablemente una vivienda donde presente riesgo, alta exposición a enfermedades, en países como Colombia, probablemente no tenga agua potable, no tenga acceso a la educación, a educación sexual. Incluso, tal vez su trabajo presente alta exposición a riesgos (sol, radiación, sedentarismo, alta accidentalidad). 

 

Finalmente, en la dimensión política no se habla como tal de aspectos que puedan influir en mi cuerpo, sino más bien en mi poder para transformar mi cuerpo y el poder que tienen los demás sobre mí. Este último muestra cómo, aunque no lo creamos, somos moldeados por la sociedad y por lo que se espera de cada uno; de las expectativas de nosotros y de nuestro cuerpo. Esto es algo que hoy en día se ve en la presión en el “debo ser como ese modelo de cuerpo ideal” “debo comer bien” “debo bajar de peso” “mi cuerpo debe verse como el de esa otra persona”, y es esa misma presión, la que puede conducir a procedimientos o practicas antinaturales y no funcionales, que van acompañadas de limitaciones físicas.

 

De hecho, esto último da pie para hablar sobre cómo todo este dinamismo social influye sobre nosotros, y la estrecha relación que guarda con la salud y la enfermedad. La sociedad y los espacios donde nos desenvolvemos (escuela, familia, redes sociales), definen en gran medida nuestros hábitos, así como el patrón de cómo deberíamos comer, 

cuidarnos y vernos. Es decir, no somos totalmente independientes o autónomos en torno al cuidado de nuestro cuerpo. Por ejemplo, hace algunos años, se nos enseñaba que un cuerpo saludable era delgado, por ende, nuestra alimentación y cuidado debía ser orientado hacia “tener un cuerpo delgado”. De hecho, muchas personas se atribuyeron la potestad de decidir que todos los cuerpos físicamente diferentes al “ideal” eran enfermos, lo que significó la generación de un estigma frente a todo lo “diferente”, que, a su vez,  trajo consigo discriminación y una impresionante carga mental para todos aquellos que no encajaban con lo estándar.  

 

Para concluir, nuestro cuerpo es un reflejo del ambiente donde nos movemos, nuestra condición social, nuestra biología e incluso, de nuestra mente. Nuestro cuerpo refleja, algunas veces, el sometimiento a las expectativas de la sociedad, de la comunidad, de nuestra cultura y religión. Debemos considerar que este no es algo netamente estético. Es nuestra herramienta para experimentar el mundo.

 


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