NO SALGAS DE TU BARRIO: CALI ENTRE EL HORROR Y LA ESPERANZA


 

Un llamado al cambio radical, a la necesidad de hacer escuchar en pocos días lo que por años fue silenciado.

 


Lo ocurrido el 28 de abril, despertó un nuevo poder político nunca imaginado y hasta el momento invisible: el movimiento juvenil. Ese grupo de la población que durante años fueron lo “feo” de la ciudad, los sin nombre, ponían resistencia a 7000 solados, tomando Cali sin armas. Cansados de ser victimas de la situación de pobreza, la desigualdad y el desempleo -y negados a hundirse más en estas- prefirieron alzar sus voces y tomar su identidad política, rebelándose contra el sistema.

    Teniendo como contexto la pandemia -y el impacto que esta tuvo en las tasas de desempleo del país- sería coherente buscar en ella el detonante de las manifestaciones. Sin embargo, la intensidad del movimiento y el levantamiento de una población fantasma debió de tener un trasfondo mucho mayor, como lo son años y años de necesidad y abusos. En cuanto a la pandemia, no fue más que una máscara y un escudo para el estado y la élite, que les permitía cometer crímenes hacia los marginados, siempre bajo la protección del gobierno.

 

    Ahora bien, las desgracias vividas en Colombia construyeron hace décadas la serie de antecedentes familiares con la violencia que hoy los jóvenes de Cali cargan. Afros e indígenas, traídos por el desplazamiento forzado, fueron poblando la ladera y el oriente, viviendo en condiciones precarias y de forma improvisada. Su adaptación fue seguida por la violencia. Campesinos que tuvieron que salir de sus tierras y de su paz, se enfrentaban una cara de la ciudad amenazante y violenta. Su respuesta, buscar sobrevivir. Poco a poco, la violencia fue ocupando su diario vivir: el respeto se ganaba empuñando un arma, los problemas se resolvían con muerte y la seguridad recaía en las pandillas. De ahí en adelante, se convirtieron en la parte de la población marginada por el estado que hoy en día conocemos.  

    No está demás decir que, desde entonces, la situación no ha cambiado. La ciudad a la que los viejos llegaron buscando refugio, hoy desaparece y mata a sus jóvenes. ¿Los asesinos? Policías, civiles y policías vestidos de civiles. En el marco del 28A fueron evidentes y descaradas las cifras de crímenes cometidos por el estado a plena luz del día. Por parte de los manifestantes, cuentan que ya sabían que el abuso policial haría presencia, por ende, se “mamaron” de hacerse sentir de forma pacífica. No fue el hambre ni la pobreza la que los mató. Fueron los opresores protegidos bajo el estado quienes lo hicieron.

Sin embargo, y más allá de la tragedia, el 28 A unió a los enemigos, creó nuevos puntos simbólicos, levantó monumentos, abrió bibliotecas, le dio voz a los silenciados y visibilidad a lo olvidado. Fue la rabia de un pueblo unido contra los atropellos del estado, lo que los mantuvo firmes para no retroceder.

 

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